lunedì 4 ottobre 2010

* EL JoVeN De LoS TaLeNTos


Por Daniela Violi®
(Cuento Para EditoriaL MTM dE BarCELoNa, TOdos Los DeRecHos ReSErVAdos)

“No escondas tus talentos,
ellos fueron creados para ser usados.
¿Para qué serviría poner un reloj de sol en la sombra?”
BENJAMÍN FRANKLIN

A Claudia y Valerio

Alfredo era un chico común y corriente. Al menos, eso era lo que él pensaba. Vivía en una casa normal con su familia y cuando llegaba por las tardes del cole, hacía sus deberes, jugaba con sus videojuegos un rato, chateaba con sus amigos, cenaba, se ponía el pijama y se acostaba a dormir. Sus días pasaban de esta manera: comunes y corrientes.
Hasta que un día sucedió algo poco corriente: a su abuelito Cristóbal le diagnosticaron una enfermedad incurable y empezó a ponerse muy malito.
El abuelito Cristóbal era lo único exótico en la vida de Alfredo. Había nacido en Tierras Lejanas, había combatido muy joven en una guerra que lo había dejado cojo, había viajado por el mundo recopilando información acerca de las mariposas, se había enamorado de la abuelita Eloisa y había decidido quedarse en el pais de la abuelita para formar una familia. El hijo mayor de ellos era el padre de Alfredo, que poco se parecía a Cristóbal. Él nunca se había alejado del barrio donde vivía ni tampoco de sus ideas, así que visitaba poco a su padre, que siempre se las trataba de re-mover.
Alfredo disfrutaba mucho cada vez que iba donde el abuelito Cristóbal, pero eran tan pocas las veces que lo llevaban…

Cuando se enteró de la enfermedad del abuelito decidió moverse y fue enseguida a verlo. El abuelito se puso felíz y conversaron un rato largo. Entonces pasó algo poco común y corriente: el anciano hombre abrió un cajoncito junto a su cama y le entregó a Alfredo una cajita rectangular de color amarilla:
“Mi pequeño príncipe, esta es la cajita de los talentos”, dijo el abuelo entregándosela. Alfredo la miró muy confundido.
“Si te pasas toda tu vida haciendo lo que hacen los otros, si practicas un deporte sólo porque lo juegan tus amigos, si cantas una canción sólo porque la canta tu grupo, si aceptas estudiar algo que no te gusta mucho porque después te dará dinero, jamás descubrirás para qué eres realmente bueno. Cuando uno sabe cuales son sus verdaderos talentos deja de ser común y corriente y se convierte en una persona única, irrepetible, creativa, feliz y divertida”.
Alfredo lo miraba extrañado pero no quería dejar de escucharlo. Lo que decía el anciano hombre, tenía sentido…
Entonces el abuelito le susurró: “Mi regalo para tí es esta cajita de los talentos. Está repleta de botones y la única condición que te pongo es que jamás deberás contarlos. Simplemente, deberás sacar uno cada vez que sientas en tu interior que estás usando uno de tus talentos.”
Alfredo guardó la cajita en un bolsillo, le dió las gracias al abuelito, le dijo que lo quería con todo su corazón y regresó a casa. Todo seguía común y corriente pero él ya no se sentía así.

Esa noche no pudo dormir pensando. Sabía que no era un buen jugador de fútbol y que no disfrutaba en los partidos. Todo lo contrario, se sentía muy nervioso y angustiado cada vez que había uno. Sabía también que le llamaba la atención aprender a jugar ajedrez, pero en su cole a los que jugaban ajedrez les decían “empollones” y él no quería que lo llamaran así.

Pero cuando llegó al cole al día siguiente, inexplicablemente, se sentió distinto y lleno de fuerza. Así que sin pensarlo mucho, se inscribió en el equipo de ajedrez y empezó a jugar una hora cada día después del cole hasta que ganó el torneo interno. Ese día su profesor de ajedrez le entregó una medalla de oro y él a su profe, un botón.

Como Alfredo practicaba ahora otra afición, había conocido nuevos amigos que compartían eso y se sentía muy a gusto con ellos hablando del tema. Ya no sufría cuando había un torneo sino todo lo contrario, se sentía muy emocionado y lo invadía una fuerza increible. El equipo decía que era muy simpático así que a cada uno decidió regalarle un botón.

Cuando el abuelito Cristóbal murió, él pidió su libro de mariposas. ¡Era genial y él quería conservarlo! El abuelo había recopilado una cantidad de especies del mundo de todos los tamaños y colores y las cosas que había escrito de cada una, realmente eran fantásticas. Entre más leía, más ganas tenía de saber sobre el lenguaje de las mariposas. Así que sacó libros de la biblioteca e invertigó más por internet hasta que decidió empezar su propio muestrario de mariposas. A veces, pero sólo a veces, las aficiones se heredan y él había heredado la del abuelo Cristóbal. No tuvo otro remedio que darle un botón a la bibiotecaria.

Pasaron varios años.
Alfredo estudió biología y se montó en un velero que recorría el mundo estudiando las mariposas. Su padre se opuso pero no tuvo otra opción que dejarlo ir cuando lo vió tan convencido y seguro. Eran un grupo de investigación y él se sentía muy feliz de pertenecer a él. A cada uno le había dado un botón, por supuesto. Entre otras cosas, en estos años había empezado a sospechar que los botones eran más que botones: abrian y cerraban caminos.

En uno de los puertos donde estuvo descubrió la capoeira. Su corazón se infló de emoción con esos saltos y con la música que los acompañaba así que decidió aprenderla. Se divirtió tanto que al final, al maestro le dejó un botón. En este puerto entendió que uno puede usar un talento en un determinado momento de la vida, pero eso no quiere decir que lo deba seguir usando siempre. ¡Era como darse un gustico: anclar en un puerto por unos días y no olvidar más nunca ese lugar, así no se volviera a visitar!

En otro puerto probó el salmón. Le pareció tan exquisito que le pidió a una chef que se lo enseñara a hacer. ¡Qué interesante! Jamás había intentado cocinar y le quedó buenísimo. A la chica le regaló un botón. Ese puerto le demostró que los talentos son más emocionantes si se comparten.

En un puerto muy lejano vió a unos monjes vestidos de anaranjado rellenar con arena de colores unos círculos…y después, soplar esa arena para deshacer lo que habían hecho. Le pareció tan extraño esto, que se acercó a uno de ellos y le pidió que le explicara porque dañaba algo tan bonito que había hecho. El monje le habló de los cambios: la vida cambia a cada momento y una cosa se transforma en otra. Por eso soplaban sobre los mandalas, para acordarse de ello. Así que Alfredo sintió muchos deseos de hacer uno y mientras lo rellenaba se sintió invadido de calma y serenidad. Al maestro le dejó un botón después de haber des-armado su círculo sagrado. Los mandalas le aclararon porque algunas cosas en su vida no habían resultado como él quería y que sin embargo, habían estado muy bien.

Los años seguían pasando y Alfredo se sentía afortunado. Se sentía feliz, había aprendido a hacer una cantidad de cosas divertidas y sabía que la vida le guardaba más sorpresas maravillosas. Recordando al abuelito Cristóbal, metió la mano en el bolsillo y sacó la cajita amarilla que siempre lo había acompañado durante estos años. La abrió y sin contar lo botones como le había prometido al abuelo, notó con asombro que la cajita seguía llena. Los botones se multiplican como los talentos, pensó sonriendo: entre más descubras cosas que te gusta hacer, más talentos se despertarán en tí. La creatividad crece como la matemática de los milagros.
Metió los dedos por entre los botones y encontró una nota del abuelo:

“Cada mujer es una princesa y cada hombre un príncipe si descubre quien es, saca de sí lo mejor y se siente especial. Hoy tu eres un príncipe de talentos: ayuda con amabilidad, respeto y generosidad a los demás a descubrir los suyos. Todos estamos llenos de ellos, son regalos de la Vida.
¡Qué haces metiendo los dedos en la cajita, Alfredito, joven curioso!?”